Fuiste una presencia constante, pero justo ahora me doy cuenta. Podría dedicarme a recordar momentos, estampas de vida, anécdotas que tendrían los tres cientos y pico metros de calle Bonavista que separan Can Ginestar de Cal Llibreter, como telón de fondo. Un paisaje cambiante donde en la antigua panadería ahora venden cosméticos, los coches circulan hacia arriba, el empedrado se enrojeció, la escuela es un bloque de pisos de un cierto standing y a la radio la trasladaron desde cerca de la capilla al sótano de una masía modernista, allí donde tu nombre quedará grabado para siempre. Y la mercería es una librería, sí, pero es de ti que hay que hablar. De les veces que aceptaste, con humor, firmar veinte o treinta ejemplares (¡o cincuenta!), para poder venderlos con más caché: “soy el firmón –decías, y nos explicabas la figura de este facultativo que firmaba cualquier cosa, para luego añadir–: no me lo tenéis ni que preguntar. ¡Ordenádmelo! Joan, ven a firmar”. De las veces que llenaste con poesía el «Celler», el Ateneu o diversas calles de este pueblo que decidiste adoptar, con tu voz fuerte y saboreando unos versos que compartías con los vecinos como quien muestra su casa, con un brillo en los ojos que no permitía que sospecháramos que, por bien que estuvieras allá en medio, preferías la soledad de la libreta y el bolígrafo donde anotabas ideas, intuiciones poéticas. O de les veces que te dejaste entrevistar en los medios locales por aprendices de periodista con preguntes temblorosas y ganas de parecer leídos, que te escuchaban con la boca abierta, entre temerosos y admirados.

Supongo que éramos muchos a quien nos pasaba: queríamos tenerte cerca para pellizcar algún gramo de la sabiduría que regalabas en toda charla, fuera en la calle en un día cualquiera, de pie después de un recital, o compartiendo mesa si se presentaba la ocasión; y a la vez sentíamos el miedo de quien se sabe pequeño, éramos conscientes que nos romperías algún esquema, que nos marcharíamos con la cabeza hirviendo de dudas. No es una contradicción: la lucidez, a veces, espanta. Por eso nunca nos extrañaron los premios que te fueron cayendo, aquí y en la otra punta del mundo, y secretamente presumíamos de ellos, como si una parte nos pertocara.

“¿Qué debe ser Sant Just?”, te preguntabas en la Cantata que le dedicaste cuando celebramos su milenario. ¿Un pueblo enlutado que echará de menos tu risa estentórea y franca? ¿El que te recordará como el vecino que bautizó la biblioteca? “Eso sólo no es Sant Just”, te escucho protestar, ni los centenares de poemas que flotan para siempre en su aire, ni los libros firmados que se guardan en el rincón noble en cada casa. Por lo menos, desde ahora será un punto cardinal de la tu biografía: “De Sanaüja a Sant Just Desvern. Poeta universal”. Nos aprovecharemos de ti: es a través tuyo que viviremos mil años más.

[Escrito publicado originalmente en la revista La Vall de Verç en el núm. 459 de marzo de 2021]

 

 

18 de octubre de 2018. Presentación de    Para tener casa hay que ganar la guerra.
23 de mayo de 2018
Un día de tantos…
2 de noviembre de 2017. Recital a propósito  de Un asombroso invierno