(Todas las fotos son de Mireia Redondo)

 

Tal vez lo debamos al gran secreto de los sanjustenses: la puesta de sol desde la terraza de Can Ginestar, con la que Antoni Clapés se topó casualmente cuando, al llegar con tiempo de sobra, decidió ir a conocer la Biblioteca Joan Margarit. Lo cierto es que el primer acto que la librería organizaba en la espléndida sala del MercArt (¡hace tiempo que teníamos ganas!), en el marco de la exposición Mons, salió redondo. Uno de estos días que el público se va con la sensación de haber aprendido cosas nuevas, que el autor agradece haberse desplazado hasta el far west barcelonés y que, además, se convierte en motor de nuevos proyectos artísticos.

Y es que Antoni Clapés llegó al acto especialmente inspirado, con ganas de explicar su trayectoria sin prisas, tal como le habíamos encargado: su «mundo poético», que componen mucho más que sus libros de poemas.  Él que, precisamente, quiso dejar claro, parafraseando a María Negroni, que «quizás algún día seré poeta, porque todavía no sé qué es la poesía». Fue la primera aproximación a su yo artístico, a una obra de la que más tarde, pudimos escuchar fragmentos y que se pregunta, se preguntó siempre, sobre qué es la Naturaleza, qué valor tiene la palabra, qué es la luz, tanto la interior como la exterior, cómo pueden expresarse y, por lo tanto, hacer perdurables los instantes de plenitud que nos hacen vivir, pero que son, por definición, fugaces. Como el poema de Salvatore Quasimodo que, confiesa. le va abrir el mundo de la poesía, a los 15 años, y lo empujó a probar de escribir:

Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra
traspasado por un rayo de sol:
y de repente la noche.

(traducción Antonio Colinas)

Y, entonces, todo fue una catarata: el discurso pasó de Joan Oliver, a quién, junto con el grupo de jóvenes aprendices a poetas de Sabadell, hicieron un homenaje a mediados de los años 70, a Edmon Jabés; y del poeta egipcio a la mística sufí, San Juan de la Cruz, la monja budista Otagaki Rengetsu, de quién recomendó que aprovechemos la ocasión para ver la exposición que hay en el monasterio de Pedralbes, Fiodor Dostoyevski y, por descontando, Philippe Jaccottet, poeta suizo de quién ha traducido un buen número de libros, que le permitió subrayar:  que «traducir -actividad que comenzó a hacer por sí mismo, no pensando en publicar traducciones- es la mejor manera de leer un libro«. De Jaccottet, además de explicar la trayectoria vital, alguien que vivió en un pequeño pueblo occitano, Grinhan, también leyó un poema que le permitió ilustrar su propia estética, de la economía de palabras, la de desnudar los poemas de todo lo que no sea imprescindible.

Entre verso y verso, Clapés, no ahorró momentos de intensidad personal, muy vivida, desde el recuerdo de la muerte de una hermano, hasta el momento casi fundacional de su trayectoria pública como poeta: la de la llamada de Isidor Cònsul, para comunicarle que había ganado el premio Ciudad de Palma de poesía… pero que tenía que que presentarse aquella misma tarde en la capital mallorquina para recogerlo. Si había decidido presentarse, había sido por el consejo de Marià Manent, quien le hizo entender que «los poemarios se han de sacar y publicar porque sino uno está siempre rehaciendo los mismos versos«.

Como resumen, el poeta, editor, librero de Sabadell (la etiqueta de «gestor cultural» no le gusta), se definió como «alguien que siempre quiso contagiar el virus de la poesía«, dejando claro que la frase ya la usaba antes de la llegada del coronavirus y que ahora está pensando en buscar otra: «que es lo que el mundo nos obliga a hacer: vivimos tiempos que lo cuestionan todo, hace falta cambiar los métodos, la poesía no puede ser la misma ahora que hace 40 años, a pesar de que como poeta sigo obsesionado por los mismos temas: la maravilla de la naturaleza, la imposibilidad de decir o expresar el que es eterno y nos llena para siempre, como el instante único que pude vivir esta tarde, en Can Ginestar«.

Byblos

Aquestes pedres amb inscripcions misterioses, il·legibles, aquests xiprers que ja eren aquí abans que no els descobrissis, tot perdurarà quan tu ja no siguis ni memòria.

El baf calent de la tarda, el perfum de saba, la bonior d’insectes: tot el que ara et desvetlla els sentits, ho duràs escrit per sempre més en la memòria –aquest llibre de pàgines d’olor de mel que la marinada de l’enyor anirà fullejant cap enrere.